Una mayor disponibilidad de oxígeno en sangre y tejidos resulta clave en la preparación y recuperación quirúrgica.
En la etapa preoperatoria, favorece la oxigenación de los tejidos, optimiza la cicatrización y reduce el riesgo de complicaciones posteriores. Después de la cirugía, acelera la reparación de heridas, estimula la producción de colágeno, disminuye la inflamación y genera un efecto analgésico que ayuda a controlar el dolor. Además, potencia la capacidad bactericida de los glóbulos blancos, lo que reduce el riesgo de infecciones postquirúrgicas.
Se indica en cirugías estéticas, reconstructivas y de alta complejidad, especialmente cuando se busca una recuperación más rápida, con menor inflamación, hematomas reducidos y mayor seguridad en la viabilidad de injertos o colgajos.